martes, 3 de febrero de 2009


Alegoría inevitable

Apareciste mezclado con polvo de estrellas
en esa noche donde el Apocalipsis solo fue una
hipótesis. No habían signos de guerra, la hambruna
se borró de mis memorias, aquellos disparos que en
Oriente cercenaban quedaron silentes esa noche.
Apareciste como un personaje místico, intangible,
cuanto quisieron mis manos temblar sobre tu rostro,
solo un descuidado cierre de ojos para detectar tu
respiración y se enjugara en el aire circundante que
ambos aspirábamos.
Viniste bañado de un rocío casi divino, que en tu
incrédulo filosofar navegaba una barca matizada
de cuestionamientos inefables, musitados , introvertidos
creyendo en ese momento que el infinito etéreo
podría sumergir nuestras miradas en un diálogo de
ensueños, que Dios con su mano acercara nuestros
rostros formando un encantador encuentro casi infantil.
En la cuenca que abría tu torre, en esas mismas paredes
donde escalaban temores, amores, miedos, anhelos,
danzaban incitando al deseo para comenzar el vals,
ahí mismo donde tus fortalezas y debilidades parecían
un solo racimo, ahí deseaba encontrarme y ungir tus alas,
entrelazarme en tu alma con suaves pasos aterciopelados,
intocable ángel errante, silencioso en ese eco de tu
propio abismo.
…Por un instante eterno, codiciado…
Sentirme parte íntegra sólo por un breve espacio del
tiempo padre…
Apareciste, rafagueando con espinas y rosas, espinas
que no enconan, rosas que desangran, así, tan suave que
llevabas a Eros al filo de tus labios, al creciente de tu
ébana y abisal mirada…
Alzando un vuelo migratorio te desvaneces en un sueño,
con pureza de fantasías, de un siglo que no pasó, de un
tiempo que se desmoronó, de una epístola, de una epopeya,
de un poema arrinconado entre frases escritas tímidas a
medias, entre una palabra entrecortada y somnolienta ,
donde Iquelo posa su cálida mano sobre la frente ardiente,
detrás de la lucidez y la demencia que habitó adormecida,
… ignoro… por cuanto tiempo en mi ser.